gaur antzerki / teatro hoy

LA ORTIGA

“(aPnea) La belleza del fracaso”

Centro municipal OTXARKOAGA Udaltegia

Martxoak 20 Marzo

19:30

 

 

Zuzendaria / Dirección: Beatriz Nieto

Creación / Sortzailea : La ortiga

 

Antzezlana esaten dugunaz eta isiltzen dugunaz ari da; eta bai geure buruari esaten ez diogunaz ere bai. Ikusleak erabaki behar du eraikitzen duen paisaia pertsonalaz, ahotsaz eta isiltasunaz.

Nie sormen-lanetan ezin dut alde batera utzi nire izate politikoa, antzerkiak giza prozesuak agerian uzten dituen lana delako usteari lotua.

Testua idazteari dagokionez, ez naiz Chejov eta beraz, dakidanaz hitz egiten dut. Orbain hauskor txiko bihurtzen naiz.

Antzezlana esaten dugunaz eta isiltzen dugunaz ari da; eta bai geure buruari esaten ez diogunaz ere bai. Ikusleak erabaki behar du eraikitzen duen paisaia pertsonalaz, ahortsaz eta isiltasunaz.

 

Esta pieza habla de lo que decimos y callamos, y lo que nos callamos a nosotros mismos. Incitando al espectador a que decida sobre el paisaje personal que construye sobre la voz y el silencio.

En mis creaciones no me puedo descarnar de mi ser político, unido a mi concepción del teatro como una pieza artística que desvela procesos humanos.

Y respecto a la escritura y creación del texto, responde al principio de que no soy Chejov, así que hablo de lo que sé. Y me convierto en una frágil cicatriz.

Esta pieza habla de lo que decimos y callamos, y lo que nos callamos a nosotros mismos. Incitando al espectador a que decida sobre el paisaje personal que construye, sobre la voz y el silencio.

 

kultura ta bonoak / cultura y bonos

Cultura maltrecha… y bonos a gogó

Parten de la idea de que la cultura es un gasto y no una inversión. Y, para colmo, son las ayudas culturales más constructivas, generadoras y repartidas las que más decaen. Suele pasar cuando se imponen gobiernos contra el país real: desbarran

DEIA

Ramón Zallo, * Catedrático de la UPV-EHU

 Rajoy ha liquidado un ministerio entero como el de Cultura, que pasa a formar parte de Educación, otros tampoco se andan con remilgos. Uno de los gastos públicos porcentualmente más sacrificados en los presupuestos de todas las instituciones vascas en la crisis -ya gobierne PSE, PNV, Bildu o PP- está siendo el de Cultura. A modo de ejemplo, los presupuestos de Cultura del Gobierno se han reducido un 12%, y ya son solo un 2,5% de los Presupuestos globales del Gobierno. Otro ejemplo, Bildu reduce los del Departamento en Gipuzkoa un 19% para 2012.

Todas parten de la idea de que la cultura es un gasto y no una inversión. Ciertamente hay algunas áreas que son gastos, necesarios, sea en programación o fungibles sea en mantenimiento institucional y que, en caso de crisis, pueden reducirse. Igualmente hay algunas inversiones caras, de muy largo plazo, sobre todo, en edificios y equipamientos, que pueden o bien reconsiderarse, por tratarse de partidas voraces en épocas de recursos escasos, o bien volver a periodizarse para que pesen menos en el año en curso. Sea por su propia concepción de la cultura como un gasto para épocas doradas o para prestigio institucional, sea porque saben que la opinión pública aceptará reducciones en épocas de crisis, todas las instituciones han ido en la misma dirección, ya sean gobernadas por nacionalistas, derecha, centro o izquierda. Algo no va bien en criterios.

No asumen como criterio operativo que todo lo que tiene que ver con formación, empresas culturales, producciones, subvenciones a grupos culturales activos y a instituciones de base, son inversiones evidentes en nueva cultura que, de no realizarse, pueden significar, simple y llanamente, su desaparición definitiva y la pérdida de tejido creativo y productivo cultural, lo que para una cultura minoritaria es simplemente destructivo.

Por una parte, las instituciones no están distinguiendo entre los distintos tipos de gasto-inversión pública, y para ahorrar lo hacen a costa del eslabón más débil y fragmentado -micropymes, creadores, entidades pequeñas sin ánimo de lucro- mientras que para sus propios proyectos, o para las instituciones potentes, señeras y consolidadas, que son estructuras lobby con peso negociador -desde Euskaltzaindia a EITB pasando por EI, OSE o la BOS-, se reducen presupuestos solo con sumo cuidado.

En el caso de la Comunidad Autónoma de Euskadi, los procesos de institucionalización en los 80 y 90 fueron tan excesivos que convirtieron a las propias administraciones autonómica, territorial y local y a las instituciones culturales fiables en las protagonistas de la cultura. Absorbían la inmensa mayoría de los presupuestos en perjuicio de creadores, productoras y cultura social viva, tenidas como no fiables, y para las que quedaba un porcentaje escaso. Aunque la anterior administración autónoma mejoró algo la situación, no la resolvió, ni mucho menos.

Por otra parte, las imposiciones de los departamentos de Hacienda a los distintos departamentos de las instituciones abundan en la misma dirección. Es sabido que solo quieren que les cuadren las cuentas; y en lugar de un fino bisturí manejado con criterio, las Haciendas actúan como hachas dentadas que dejan las políticas departamentales descolocadas. Se convierten en el poder por excelencia. Deciden, de hecho, sobre lo que no saben, siguiendo el Principio de Peter de seguir siendo competente cuando ya se ha llegado al nivel de la incompetencia.

El resultado añadido de ambas premisas es que se hace lo contrario de lo que se debe. Son las ayudas culturales más constructivas, generadoras y repartidas las que más decaen en todas las instituciones. Aquellas que no tendrían que reducirse en ningún caso sino al contrario.

Así, en el caso del Gobierno vasco que es el especializado en ayudas a pequeñas empresas privadas (edición, música, teatro, audiovisual…), la partida decae de 4,19 millones en 2011 a 2,95 millones en 2012 (una dentellada del 29% sobre unas dotaciones escasas), al igual que a «otros servicios» (Euskadiko Soinuak, Dantza Zirkuitoa, Sarea..) que pasa de 2,4 a 1,4 millones de un año para otro. (Presupuestos por secciones de 2011 y proyecto 2012). ¿Qué pensaríamos si el Departamento de Industria le cortara el grifo de las ayudas a las pymes en aras a reducir el déficit, mientras erosiona el sistema productivo? Eso es maltrato a la cultura vasca. En el caso del Gobierno vasco va además con dos absurdos añadidos.

Un primer absurdo. Se reducen mucho las ayudas y, en cambio, se crea una iniciativa directamente política: el Año Internacional de las Culturas, de la Paz y de la Libertad que, de todos modos, parece contener una Bienal de Arte, Naturaleza, Creación y Pensamiento en Urdaibai. Conmemoraría los bombardeos de 1937, y se externalizaría a una fundación el ágil reparto de fondos, por valor de nada menos que 6 millones de euros. Lo razonable es que si van en parte para la cultura deberían haberse quedado en el sistema normal de ayudas a su promoción, en lugar de servir a la capitalización política de la idea de la paz, curiosamente, para un lehendakari que estuvo ausente cuando tuvo la oportunidad de liderar la Conferencia de Aiete.

El otro absurdo: los Bonos Cultura. Medida popular, simpática y populista allí donde las haya, con un destino equivalente al de una tonelada de caramelos en la puerta de un colegio. Agotados al momento. Es razonable en épocas expansivas (el bautizo), y poco razonable cuando, simultáneamente, se recortan (el duelo) las ayudas a creación y producción, es decir a la oferta propia.

Es una medida de impacto muy limitado y temporal, centrada en la demanda y que no se corresponde a una época de crisis, aunque vaya por sus terceras navidades. Pero dada su naturaleza (para la demanda) y su carácter (ayuda plana, no progresiva) solo favorece, por un lado, a las rentas medias-altas (más consumidoras de cultura de por sí y que no necesitan mucho aliciente) y, por otro, a los contentos 364 establecimientos adheridos de distribución y venta (libreros, vendedores de discos, cines y espectáculos) que también quieren vivir.

Pero no ayuda a la oferta propia, contrariamente a lo que dicen los Presupuestos para el 2012, que los justifican en «mantener la producción» y el «empleo cultural». De hecho, sobre todo, subvenciona a la oferta transnacional, internacional y española en libros, cds, dvds, películas (que absorben probablemente un 90% del gasto vasco doméstico en cultura en el conjunto de esos epígrafes). Solo en la limitada demanda de conciertos o espectáculos puede llegar a revertir un 30%-50% a artistas autóctonos del espectáculo. O sea, financiamos públicamente, y con alegría navideña, la oferta foránea con 772.500 euros, mientras a la propia le regateamos las ayudas, dificultando así que sea competitiva. Me sorprende que el mundo de la cultura no monte en cólera ante este despropósito.

Para que no todo sean malas noticias para la cultura, el Gobierno va en la buena dirección en proyectos como Harrobia (Otxarkoaga), ZAWP (Zorrotzaurre) y Astra (Gernika), iniciativas más constructivas y baratas que la que se cernía sobre el Urdaibai.

Ya se sabe también que los tiempos de crisis suelen ser tiempos de retroceso tanto democrático como de gobernanza si, por resignación, la sociedad civil lo permite. No se puede interpretar de otra manera que el Contrato Ciudadano por las Culturas y que ha significado una pérdida de tiempo y energía -casi tres años de elaboración tendente solo a reelaborar el Plan Vasco de Cultura (II) que ya estaba aprobado y votado en febrero 2009 por el Consejo Vasco de la Cultura- no haya sido votado. Solo ha sido «validado» por el nuevo Consejo Vasco de Cultura, sin que tenga más valor que el de ser un mero programa del Gobierno. Un retroceso enorme en codecisión respecto al pasado. No es de extrañar la decepción de no pocos miembros del Consejo. Un capital humano, democrático y relacional despilfarrado. Es lo que suele pasar cuando se imponen gobiernos contra el país real: desbarran.

Chillida y Oteiza

2009 diciembre 17

Francisco Letamendia profesor de la UPV-EHU

Chillida y Oteiza, patrimonio universal vasco

He tenido el privilegio de tratar de cerca a estos dos gigantes de la cultura vasca, tan distintos en su carácter, en sus posicionamientos públicos, en su producción artística, y sin embargo, tan unidos -más allá de su voluntad- en su indagación permanente de la relación materia/vacío y en su obsesión por lo vasco.

Conocí personalmente a Jorge Oteiza a mediados de los años sesenta, cuando el grupo de estudiantes y jóvenes profesionales vascos que nos reuníamos en el bar Condal de Barcelona, en el que se encontraban entre otros Txomin Ziluaga y Mikel Laboa, lo llamamos para que nos diera una charla. Oteiza era una dínamo hecha persona, un «agente provocador» rebosante de sabiduría autodidacta, enciclopédica y maliciosa del que fluían en cascada interpelaciones, imprecaciones y las metáforas más sorprendentes, profundas y bellas que he escuchado en mi vida. Conocíamos sus «Catorce Apóstoles» de la basílica de Arantzazu, abiertos en canal para entregarse a los demás, y habíamos leído su «Quosque tandem», donde las construcciones filosófico-estéticas se convertían en metapolítica vasca.

«Quosque Tandem» dibujaba un fresco grandioso en el que, en base a la ley de los cambios, la escultura (y la humanidad en su conjunto) iba desocupando el espacio hasta llegar al huts, al vacío. Pero este punto de llegada era un vacío activo; el escultor no necesitaba ya la escultura, pues el huts había destruido las barreras que le habían separado hasta entonces de la acción y de la vida. El pastor vasco había concretado el huts en el pequeño cromlech megalítico; el pastor-escultor del cromlech, liberado por fin del trabajo de desocupar el espacio, había convertido la estética en acción, pues no le quedaba ya otra cosa que entregar que no fueran sus manos. Oteiza -y ésa es su coherencia- se aplicó a sí mismo la ley de los cambios y, tras construir sus portentosas cajas metafísicas, renunció a la escultura (con la excepción de sus microesculturas hechas con tizas) para dedicarse al apostolado cultural. Todos los nacionalistas vascos de izquierda de los años sesenta fuimos herederos del huts oteiziano, de la llamada a la acción que se desprendía de la metáfora del pastor vasco/constructor de cromlechs.

Volví a tratar intensamente con él cuando nos presentamos a las primeras elecciones de 1977 por Euskadiko Ezkerra, Oteiza como senador y yo como diputado. No me siguió cuando me pasé a Herri Batasuna; con ocasión del referéndum sobre el Estatuto vasco Oteiza escribió un resonante artículo contrario al voto negativo de HB que se titulaba algo así como «Cero-coma Batasuna: si la aventura es loca el aventurero debe ser cuerdo», donde arremetía contra mí y contra Monzón

No se lo tomé demasiado en cuenta: son cosas de Oteiza, me decía. Su coherencia no era política, sino metapolítica, filosófica, y poética. Al cabo de algunos, no muchos, años, Oteiza regresó a su modo peculiar a sus orígenes, y su imagen volvió a ser tan inspiradora para mí como lo había sido siempre. Firmé después manifiestos a su favor como testimonio de mi admiración. Las visitas a su museo de Alzuza me han llenado de íntimo contento; ahí, en la vitrina que exhibe su biblioteca personal, están algunos de los libros que yo le había dedicado, siendo éste el regalo más bonito que podía hacerme.

Con Eduardo Chillida el trato fue más íntimo y familiar: estaba casado con Pili Belzunce, hermana de mi madre y tan prolífica como ella. Primero en Hernani, y después en Villa Paz, en el alto de Miracruz, mi tío me explicaba sus ideas sobre el arte, el tiempo y el espacio a la vista de los maravillosos yunques de hierro que poblaban su casa. Recuerdo especialmente una obra, el «Ikaraundi», de apenas metro y medio, de la que emanaba una fuerza descomunal, la fuerza de las raíces de las hayas y robles vascos que al salir de la tierra buscan en todas las direcciones la luz y la humedad. Chillida me hablaba a mí, un crío de apenas quince años, con el mismo respeto y seriedad con el que hubiera hablado ante un tribunal de sabios.

Descubrí más tarde que esa actitud de respeto a las personas era la que sentía ante las cosas, ante las líneas de fuerza de los distintos materiales que utilizó a lo largo de su vida, el hierro, el hormigón, el alabastro, el papel; y que en ese respeto y esa humildad franciscana ante la naturaleza residía el núcleo de su actividad artística. Su actitud estética se sitúa en el extremo opuesto al de Oteiza. No existe en Chillida ruptura ni antagonismo entre espacio, «materia muy rápida», y materia, «espacio muy lento», ni solución de continuidad entre vacío y materia; lo que cuenta es el diálogo interminable entre la materia y el vacío que ésta contiene, libera o aprisiona, un vacío a ser habitado por los seres humanos. Cada una de sus obras interactúa con unas coordenadas singulares de tiempo y espacio, no alcanzando su pleno sentido sino situada en ellas. Este juego de relaciones con el tiempo, el espacio y el vacío alcanza su culminación en los «Peines del Viento», tres grandes interrogantes que dialogan interminablemente con los vientos, las olas y la línea del horizonte; y en el bosque encantado de Zabalaga, donde cada uno de los árboles de acero y de granito que lo pueblan ha ido buscando su lugar relacionándose desde él con los demás.

Viene a cuento reivindicar el perfil personal de Eduardo Chillida tras haber leído el artículo de Jurgi San Pedro y Nicolás Xamardo, amigo mío, el cual contiene una crítica demoledora de la comercialización capitalista de la obra de arte con la que coincido al cien por cien, y unos juicios sobre Chillida de los que les discrepo radicalmente. Y es que la contraposición maniquea entre un Oteiza altruista y vasco y un Chillida español e interesado es caricatural y, en lo que respecta a Chillida, profundamente falsa.

No conozco, como es lógico, todas las actuaciones de mi tío, ni tengo por qué estar de acuerdo con todas las utilizaciones de sus proyectos. Pero lo que sé de él dibuja una persona generosa y profundamente concienciada con lo vasco.

Tras haber nacido en el bando de los ganadores de la guerra, Chillida asumió (como tantos otros vascos) la causa de los vencidos, asumiendo un compromiso antifranquista que no era de boquilla. En tiempos del juicio de Burgos financió generosamente -doy fe de ello- a organizaciones como Acción Patriótica Vasca que organizaban la defensa de los presos vascos. En el estado de excepción de 1975, el último y más terrible del franquismo, cuando la policía vino a buscarme a la casa de mi familia en la calle Reina Regente de Donostia sin dar conmigo, fue Chillida quien me buscó con un hijo suyo y me pasó en su coche, jugándose el pellejo, por la frontera de Hendaia. Estos son testimonios personales, pero existe un testimonio público de su toma de postura: fue él quien diseñó el logo de las Gestoras pro-Amnistía utilizado por éstas durante largos años.

En el posfranquismo Chillida se posicionó radicalmente contra el uso de la violencia. Pero se resistió a ser utilizado unilateralmente. De ello quedan trazas en algunas de las pocas entrevistas concedidas a revistas españolas, en las que se hace patente su resistencia cuando el escultor insiste en referirse también a la violencia «de los otros».

He sido testigo igualmente de la preocupación que le embargaba en los últimos años de su vida, al sentir que se le acercaba la negra sombra del alzheimer, por la inserción de su obra en lo vasco. Lo cual no era nuevo: su obra escultórica comenzó en Hernani inspirándose en los trabajos tradicionales en proceso de desaparición por entonces de los herreros vascos, que él rescató llevándolos a su apoteosis.

¿Chillida interesado? Es cierto que en el orden económico la fortuna le fue muy propicia; como también se lo fue a Oteiza. Pero se me ha quedado grabada una frase suya cuando, en el ocaso de su vida, se pasaba el día entero ocupado en lo que podía hacer entonces, sus gravitaciones de papel. ¿Cómo es que trabajas tanto?, le pregunté un día, y él me respondió con toda la candidez del mundo: «Es que no sé hacer otra cosa». Chillida, estoy seguro de ello, era de esas personas que si hubiera vivido marginado, incomprendido y pobre, se habría dedicado en cuerpo y alma a sus creaciones geniales, y es que «no sabía hacer otra cosa». Y además ¿quién sino un creador desinteresado como él habría hecho a su costa el regalo excepcional del «Peine del Viento» a sus conciudadanos?

Oteiza-Chillida, Chillida-Oteiza: los necesitamos a los dos, porque son parte esencial, junto a Mikel Laboa y alguno más, del patrimonio universal de los vascos. Bastante intentan otros denigrar y reducir nuestro patrimonio cultural para que contribuyamos nosotros a empequeñecerlo. No los enfrentemos entre sí, ni seamos más papistas que el Papa; ellos nos mostraron la vía a su vejez en su Abrazo de Bergara. Si el diálogo entre ellos fue imposible en vida, es seguro que la cultura vasca -que como toda cultura suma siempre y no resta- irá profundizando en sus mutuas afinidades y tejiendo los mimbres del diálogo entre esos dos portentosos genios vascos, contradictorios, y humanos, profundamente humanos.